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EDUCAR LA INTERIORIDAD

El enorme desarrollo tecnocientífico no se está traduciendo en desarrollo humano. Los seres humanos hemos sido capaces de explorar el espacio, descender a las profundidades de la tierra y de los océanos, pero somos cada vez más incapaces de entrar en nuestra propia interioridad. Llenos de ruidos y de prisas, nos resulta casi imposible estar a solas con nosotros mismos y escuchar las voces profundas de nuestro corazón. Cuando nos preguntamos “¿quién soy yo?”, es como si nos asomáramos al balcón de nuestro interior más hondo y gritáramos: “¿quién está ahí?, ¿quién me habita?” 

La interioridad es el lugar de las preguntas y los encuentros, de los miedos y las certezas. Pero el hombre exterior no es capaz de formularse estas preguntas. Para la inmensa mayoría de las personas, la vida se reduce a una constante, afanosa y astuta fuga de sí mismos. De ahí el clamor cada vez más generalizado de la necesidad de educar la interioridad, la capacidad de estar a solas y en silencio consigo mismo para escuchar las voces de nuestros anhelos más profundos. 

La primera necesidad del ser humano es ser él mismo para no quedar atrapado por las fuerzas que el propio hombre ha desarrollado o por los objetos que ha fabricado. Es capaz de crear pero, con frecuencia, se siente esclavo e infeliz porque pierde las riendas de su vida. Es el hombre alienado que vive la tragedia de la falta de identidad personal, anónimo, sin interioridad, sin suelo firme donde apoyar su existencia y que para huir de su vacío ocupa las horas en la acción o en la diversión. Rodeado de medios de comunicación se siente solo, deshabitado. 

Estamos ante una contradicción manifiesta: la era de las comunicaciones coincide con el tiempo de la más fría e inhumana soledad; vivimos intoxicados de información, pero cada vez conocemos menos y se aleja de nosotros más y más la sabiduría, que no consiste en saber mucho, sino en ser capaz de ir a lo profundo, de superar la cultura de los rumores, las apariencias, la superficialidad y los chismes. La sabiduría nos induce a vivir bien pues tiene como fin la vida plena, la felicidad. La interioridad supone recuperar el propio misterio humano, el asombro de la existencia, que posibilita el distanciamiento de toda alienación que vacía y lleva al exilio de sí mismo, y a una vida superficial, frívola y hueca.

El viaje a la interioridad nunca equivale a un quedarse estancado en una especie de contemplación estéril o narcisista, ni tiene que ver con algún tipo de evasión o huida de la realidad, sino que es todo lo contrario: sólo si somos capaces de conocernos, valorarnos y estar a gusto con nosotros mismos, podremos salir al encuentro con los demás. La interioridad no es aislamiento, sino el viaje hacia uno mismo para salir de sí mismo. La interioridad lejos de inducir a la soledad y a la nada, refuerza la comunión profunda y radical con Dios y, desde El, la salida al encuentro con los demás, e incluso al encuentro respetuoso con todos los seres creados por Dios. 

De: Antonio Pérez Esclarín

La Educación es, tal vez, la forma más alta de buscar a Dios.
Gabriela Mistral